LOS MISTERIOS INICIÁTICOS

LOS MISTERIOS INICIÁTICOS


En todo tiempo, han existido. ¡Siempre hubo secretas enseñanzas que se transmitían verbalmente, de generación en generación, pues estaba ordenada su permanencia en las sombras de lo desconocido ante las multitudes que constituían el mundo profano. La ruptura del misterio que las envolvía severamente, se castigaba con pena de la vida. Recuérdese a Eurípides, acusado por Aristófanes, que murió de la misma manera que Sócrates.
Todos los grandes escritores de la antigüedad fueron iniciados, y aun aquellos mismos que parecen adoptar el tono de burla en lo tocante a las cosas de la religión, resultan, en el fondo, no menos cuidadosos y estrictos cumplidores que los que, por su oficial condición, hacen gala de devota severidad.
Muchos son los filósofos griegos que declaran su profunda reverencia respecto a la aludida obligación de saber callar y tan general determinación ha intrigado mucho a los investigadores de las posteriores épocas. Los trabajos de éstos sacan a luz una serie de testimonios, que dejan entrever, sin dar más claras explicaciones, cómo entonces existió una verdadera Ciencia de la Vida y de la Muerte.


¿ De qué modo podía llegarse a su conocimiento?

Actualmente lo que sabemos acerca de los poseedores de los grandes arcanos, nos evidencia que era preciso someterse a una larga preparación para ser admitido y poder recibir aquellas preciosas luces de la sabiduría.
Y no bastaba comprender atinadamente las enseñanzas de los maestros. Era necesario, además, que el discípulo se consagrara a desarrollar en sí mismo las facultades subconcientes, intuitivas. Era necesario que el discípulo, experimentara, sintiera armónicamente, todo lo que, de un modo intelectivo, había llegado a comprender. Era indispensable acertar a percatarse de las correlaciones existentes entre todas las cosas que componen este mundo, las cuales Hermes Trismegisto condensa en la siguiente misteriosa frase:
Lo que está arriba es como lo que está abajo.
Era necesario entregarse al éxtasis voluntario para dejarse invadir por los ritmos superiores, por las armonías divinas que no están vedadas al hombre interior.
Después de haber penetrado en el fondo de las palabras de la Divina Ciencia, aún era imprescindible, saber sentir, saber comprender, a la luz del sentido interior, los Ritmos eternos que transforman cada fuerza en una energía diferente y complementaria.
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En mi obra la «Ciencia Secreta» queda demostrado como, desde los tiempos más remotos, idéntica determinación de no divulgar los secretos del santuario, ha sido carácter común de todas las iniciaciones.
Desde hace miles de años la China inmóvil ha respetado el misterio del Conocimiento integral. Lo mismo ocurrió en el Indostán, en sus tres iniciaciones sucesivas, la védica, la brahmánica y la búdica.

El objeto de todas, fue siempre el mismo; es decir, el perfeccionamiento del hombre, y siempre los iniciados tuvieron la misma precaución de sustraer a las miradas de los que no suponían dignos de conocerlos, los caminos que permitían alcanzar tan altas cumbres del saber.
Hay que tener en cuenta, que los métodos empleados por los sabios de la India casi siempre están fuera de las posibilidades occidentales. La diferencia de costumbres, la forma tan distinta de comprender los deberes morales, hacen que resulte casi inabordable para nosotros la manera de vivir búdica y brahmánica, sino inaccesible en absoluto. Nuestra fórmula occidental es otra, y salvo contadas excepciones, y en muy raras circunstancias, no hay que esperar, hoy por hoy, que cambie de modo de ser.

Por lo demás, y descontando el indiscutible interés que nos ofrezca un estudio documentario ¿qué ventajas prácticas nos proporcionaría la determinación de someternos a la disciplina observada en el seno de las iniciaciones orientales? ¿Qué iríamos ganando al buscar, en tan difíciles escuelas, un conjunto de enseñanzas, de las que, sin peligro evidente, no nos es dado realizar más que una pequeña parte de su saber experimental?

Junto a nosotros, en la cuenca del Mediterráneo, ha florecido la más bella, ¡la más noble de las iniciaciones; aquella cuyo esplendor ha superado al de todas las demás iniciaciones conocidas. A pesar de los reveladores trabajos de nuestros más ilustres arqueólogos, casi nadie conoce su existencia. A cada momento, las excavaciones efectuadas en el valle del Nilo, evocan el recuerdo de una remota organización sagrada y cultural que no tuvo nunca otra equivalente. Pocas son aún las tumbas devueltas a la luz del día, que estaban bajo las arenas de solitarios y estériles parajes; pocas son, también, las estelas desenterradas, los papiros hallados, las inscripciones jeroglíficas que poseemos, y, no obstante, merced a la incansable labor de los interpretadores, ya podemos fundamentar sobre segura base nuestro afán de saber, y esperar confiados las revelaciones de un mundo remoto que nos descubrirán el enigma de las verdades que buscamos. Ante lo aún desconocido, nuestra curiosidad se exalta, y con intensa emoción recogemos las pocas hojas descubiertas de un libro, el más sagrado de todos: el Libro de los Misterios.
Los que ya poseen algunas nociones respecto de lo que fué la antigua vida religiosa, hallan en estos testimonios arrancados a las arenas del desierto, la plena justificación de lo que, relativamente a los iniciados del Egipto y su inmensa ciencia, nos dicen viejos autores. Y lo que para nosotros es aun más interesante todavía: que estas enseñanzas armonizan mejor que las de la China y de la India, con el modo de raciocinar y el temperamento psicológico de nuestra raza y de nuestros países.

Todo símbolo de aquella época y de aquel lugar, recobra para nosotros su antigua vida. En todo reflejo de aquellas enseñanzas, halla el sabio lo más útil, la más provechosa lección. La gran civilización egipcia, sólo difiere de la actual en determinados hechos cuya variedad depende de las condiciones de época; más, de todos modos, el carácter étnico de la faraónica no se aparta fundamentalmente de lo que constituye la moderna cultura de los países occidentales. Somos, pues, los herederos legítimos de aquel magnífico patrimonio cultural, que por tanto tiempo estuvo perdido bajo las sombras de lo ignorado. A nosotros los hombres de la moderna Europa, nos corresponde transponer piadosamente las puertas del Templo. ¿Sabremos o querremos desempeñar esta misión de elegidos?
Contando con la ayuda de la ciencia basada en la fé, basta para ello que tengamos «el corazón puro, y las manos limpias de pecadora mancha».
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¿ En qué consistían los antiguos Misterios del Egipto?
¿ Qué importancia tuvieron, y qué repercusiones determinaron?

No es posib1e dudar de ellos ni de su enorme significación. La sabiduría del Egipto impera en todas las demás iniciaciones mediterráneas. En sus templos acogió e instruyó al legendario Orfeo, al sublime Pitágoras, a Thales de Mileto y a Solón. Platón les debe muchas de sus ideas. Tomando por idea madre a los Misterios egipcios, se creaban los de Delfos, los de Olimpia, los de Dodona, y más ceñidamente aún, los de Eleusis. También corresponden a la misma filiación los de Argos y de Chipre, no obstante su carácter femenino. De Egipto igualmente proceden, a despecho de la fenicia influencia, los de las islas Jónicas.
Moisés, un alto iniciado de los Templos del Egipto, creó, a imagen de aquella iniciación, los Misterios hebráicos, cuyas modificadas huellas descubrimos en la Kabala. De Moisés provienen las tradiciones esenias, (que tan importante papel desempeñaron en los tiempos de la primitiva Iglesia cristiana), y el saber de los gnósticos, de quienes se ha dicho que eran los esotéricos continuadores de Jesús.

La misa, el místico sacrificio de los católicos, es una ceremonia iniciática por excelencia. En ella está, sin el cruel horror de las degolladas víctimas, todo el contenido eficaz de los antiguos Misterios.
Por el cauce de la iniciación gnóstica, que transmite a los pueblos de Europa los secretos de Alejandría, surgen los hermetistas, los alquimistas, los Rosa-Cruces, los francmasones, desarrollando sus esotéricas enseñanzas.
En todas partes, hallamos la prosecución del mismo fin y los mismos medios de realizarlo: la misma necesidad de abstraerse y aislarse: de educar la inteligencia, de formar el corazón y de apartarse de lo contingente; el mismo propósito de buscar la inspiración de lo alto, de comprender a Dios por la idea, de unirse a él por el sentimiento. Hasta en los símbolos y los ritos diversos, hallamos una constante semejanza. Tan cierto es que la Verdad no es más que una y que todos los caminos en que se busque a Dios, por la Sabiduría o por la Fe, convergen para reunirse en el único final de todos.
Todas las iniciaciones europeas, reconocen el propio origen: son ramas de un árbol cuya raíz se hunde en la tierra de los Faraones.
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Para juzgar de la importancia que tuvieron los Misterios egipcios, basta fijarse en cuáles han sido sus consecuencias. Nunca se verán otras más prodigiosas.
Aun hoy su lejano eco modela la inteligencia de nuestras juventudes, y abre nuestro corazón a las aspiraciones más elevadas. Aun hoy persiste en la religión, que tal cual se nos enseña, no viene a ser más que la parte exotérica de la iniciática sabiduría del Egipto.
En los tiempos de la iniciación, la parte esotérica constituía el exclusivo patrimonio de la casta sacerdotal. En el transcurso de los siglos, esta parte, protegida por el misterio, se convirtió en letra muerta para las muchedumbres. Los verdaderos depositarios del gran enigma han desaparecido. Las palabras perdieron su significación: en cuanto a los ritos, los símbolos, las ceremonias, a pesar de toda su hermosura, no son más que los cuerpos sin alma de todo lo que fué la más legítima grandeza del mundo.

Es innegable que los Misterios egipcios tuvieron una enorme importancia. Pero ¿qué datos concretos han llegado a nuestro poder acerca de esta admirable sabiduría? Obedeciendo a la fatal ley de los ciclos, la antigua civilización ha pasado por el invierno de su muerte y ha descendido a la tumba, llevándose el secreto de las admirables cosas que glorificaron su existencia. Así, acomodándose a la palabra divina, los Maestros lo habían impuesto. Nada debía translucirse del contenido de sus instrucciones y ¡desgraciado del imprudente, desgraciado del sacrílego que quebrantara la Ley del Silencio, que dejara escapar de sus labios la oculta frase!

Por esto es tan enorme la dificultad con que tropezamos al tratar de descubrir el Misterio. De todas formas, para el feliz elegido de hoy, como para el remoto iniciado de entonces, la obligación es idéntica. Puede aquél, como podía éste, poner al hombre de buena voluntad en la senda del santuario si es digno de pisarla. Pero únicamente al nuevo Adepto, sólo a el, le es dado saber avanzar por ella, adquirir los méritos necesarios, moldear su ser a la nueva vida, hacer evolucionar su inteligencia, aprendiendo a vibrar, humilde y confiadamente, al unísono con los ritmos superiores.
¡Delicada misión!
El espíritu ha de acostumbrarse a transponer sus ordinarias barreras.
El corazón ha de sentir, adaptándose a la divina inspiración:
Para «franquear los caminos» que conducen a la verdad, el neófito sólo puede contar con su propia ayuda. Por la eficacia de la meditación, y del estudio constante, caminando distante de todos por la real vía del Silencio, es como llegará a recibir el excelso hálito de la revelación, que e1 Espíritu proyecta cuándo y cómo quiere.


¡El -Silencio!
En sus misteriosos dominios actúan las formas puras. En su seno, vibran con gran nitidez los más secretos ritmos. Allí surgen luminosas, resplandecientes, llenas de vida las palabras de Verdad, el verbo glorioso por el que nuestra alma establece la comunicación con el mundo divino.
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¿Qué sabemos en la actualidad acerca de los Misterios del Egipto?

Poseemos, en primer lugar, cierto número de detalles deducidos de lo que se conserva en las tradiciones orales. Poseemos varios documentos precisos, de un valor indiscutible; si bien su significación exotérica escapa totalmente al análisis de los egiptólogos. Tales documentos del pasado se componen; 1.° de las figuras de personajes esculpidas en las ruinosas piedras de los santuarios; 2.° de las escenas pintadas en los mu-ros de los hipogeos; 3.° de lo pintado y escrito en los papiros, donde no obstante la intencionada obscuridad de los textos, se encuentran valiosas indicaciones que ilustran la interpretación sacada de otros testimonios.
Junto a las momias, hemos recogido un gran número de cosas pertenecientes al culto osiriano, diversos talismanes vivificadores y protectores, y diferentes amuletos depositados allí para proteger al difunto. Todos estos objetos de ritual, tenían, en opinión de los sacerdotes egipcios, una gran importancia iniciática y mágica.
De esta forma se destaca y toma cuerpo ante nuestra vista, lo que pudo ser la religión de los egipcios, regidora de la vida humana en el mundo de entonces.
Desgraciadamente, el arqueólogo pierde a cada momento el hilo orientador, tropezando sus investigaciones con grandes lagunas. En rigor de verdad hoy sólo poseemos los trazos generales, las líneas primeras de aquel cuadro incomparable del Egipto. No obstante, por muy incompletas que resulten nuestras actuales adquisiciones, tienen tantísima importancia, nos proporcionan ideas tan exactas, que sobradamente nos permiten suponer cuál será el contenido de la definitiva reconstitución.
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Antes de proceder a deslindar los campos de lo que pertenece al dominio de la fundada suposición, y lo que corresponde al de los hechos que nos parecen incontestables, creemos oportuno recordar que el Egipto poseía un panteón muy importante. Pero no hay que incurrir en falsas ideas. Todas las deificaciones no significaban para aquellos sacerdotales iniciados otra cosa que puros símbolos e imágenes de cosas así expre-sadas.
Los iniciados siempre atentos a no dejar que trasluciese la verdad, abandonaron gustosos a la muchedumbre la creencia en numerosos dioses. Ahora bien: estas deidades se convertían para los bien enterados, en la personificación de fuerzas ocultas, y tanto la forma especial de cada imagen, cuanto sus actitudes y hasta su ornamentación, sólo servían para expresar secretamente profundas verdades.

Durante las ceremonias del culto pronunciábanse mágicas palabras que procedían del Verbo de Dios; revelábanse los ritos secretos en el transcurso de las sagradas celebraciones y bien se comprende que era necesario que las apariencias resultaran engañadoras para la muchedumbre, y que le fuesen dadas las enseñanzas que correspondían, estrechamente ceñidas a la más severa moral, desde luego; pero sin que arrojasen ninguna luz, ninguna claridad acerca del contenido esotérico de la divina simbología.
Desde un punto de vista meramente superficial, externo, el Egipto aparece entregado entonces a un monstruoso politeísmo; pero en el hecho de la verdad oculta, sus iniciados nunca conocieron más que un Dios, de quien el Sol era la astronómica y pálida imagen. Aquel Dios único, aquel glorioso Sol, oculto, de quien nuestra luz no es más que la sombra, el verdadero Señor celeste del Egipto, es Amon-Ra, y por debajo de Amon-Ra surgen dos importantísimas deidades; Isis y Osiris, que descuellan luminosas dominando en el panteón egipcio.
* * *
La tradición afirma que todos los Misterios fueron fundados por Isis en honor de Osiris, muerto y resucitado. De esto proviene el nombre que les daban los griegos: denominábanles los Misterios de Isis y de Osiris.
Los escritores de Grecia nos transmiten dicha tradición con absoluta unanimidad.
Jámblico. (De Mysteriis Aegiptiorum, chaldaeorum, assyriorum), que vivía a comienzos del Siglo IV de nuestra Era y lo mismo Plutarco y Herodoto, no pueden expresarse de manera más terminante.
Dice Plutarco :
«Isis... no permitió que tantas luchas y combates como sostuvo, que tantas carreras y errantes escursiones, que tantos ejemplos de sabiduría y de valor, permaneciesen sepultados en el silencio y el olvido. Mediante diversas ficciones, alegorías y figuras, incorporó a las más santas iniciaciones, el recuerdo de las adversidades que había soportado, consagrando así, a un tiempo mismo, una lección de piedad y un ejemplo de valor y de consuelo, dedicados a los hombres y a las mujeres que hubieran de pasar por semejantes dolores.»
Herodoto no dice todo lo que pudo decir respecto del origen de los Misterios, y con relación a los que allí ocurrían, no poseemos ningún detalle preciso declarado por los autores griegos. De tal suerte mantenían su fidelidad al juramento prestado.
Jamblico, por su parte, tampoco quiere ser explícito: se limita a indicar.
De las cosas. que se realizan en el culto, hay algunas que tienen una significación misteriosa imposible de expresar por medio de las palabras.
Herodoto, sin ambajes, declara:
«Respecto de esos Misterios, y todos, sin excepción, me son conocidos, mi boca se cierra guardando el más religioso mutismo. »
No cabe duda que tales indicaciones no son las más a propósito para que los resplandores de la verdad nos iluminen. De todas suertes, sabemos que esta tradición, tan celosamente guardada por los iniciados, llega hasta nuestros días, siquiera sea en parte. Desde luego que habrá sufrido profundas deformaciones, y hasta pudiera ser que conserve en la actualidad muy poco de lo que contenía en aquellas épocas. Lo que poseemos, salvado del olvido por las tradiciones griegas, se refiere, no a los Misterios propiamente dichos, sino a sus pruebas preparatorias y eliminatorias.
* * *
En rigor de verdad, parece que las ceremonias se compusieron de dos partes distintas, claramente diferenciadas.
1.0 Una fase primordial con la que no se relaciona ningún documento egipcio conocido, y de la que sólo sabemos lo que dicen los autores de la Grecia. Ya hemos consignado que los testimonios griegos sólo se ocupan de las pruebas preparatorias por las que había de pasar el futuro adepto.
2. o Una segunda parte de mayor importancia relativa al período iniciático, propiamente dicho. Al neófito se le admite en determinado lugar del exterior del Templo. Allí, en aquel Sagrado Paraje del secreto recinto, le inician los sacerdotes; lo que implica un largo período de adaptación, durante el

cual, en los intervalos de las enseñanzas que recibe, efectúa reiteradas purificaciones y ofrendas a las deidades y múltiples ceremonias religiosas, todo ello encaminado a abrir los ojos de su inteligencia para recibir superiores conocimientos y preparar su alma y su corazón, para saber cumplir el deber sacerdotal.
Nada diremos aquí de la primera parte, y remitimos al lector que quiera enterarse de ella a nuestra obra: La Ciencia Secreta, donde describimos las pruebas que precedían al período iniciático propiamente dicho. Allí se verá, con todo detalle, lo que sucedía en la del subterráneo, la del pozo, la del fuego y la del agua. Insistiremos en advertir que, respecto de tales cosas, sólo podemos formar suposiciones, que hacen a los hechos verosímiles, pero no absolutamente ciertos.
Respecto de la parte capital, afortunadamente poseemos documentos irrecusables: estos testimonios habían quedado hasta hoy en la obscuridad de lo desconocido, o poco menos. Sólo su lado exotérico llamó la atención de los egiptólogos: en cuanto a la parte esotérica del culto egipcio, continuó escondida bajo el doble sello de la Sabiduría y del Misterio.
En tales vestigios de un esoterismo milenario, las ceremonias iniciáticas están descritas con gran lujo de detalles. Pudiera ocurrir que precisamente la abundancia de ellos, la propia estructura del principal testimonio (muy desconcertante por su forma llena de imágenes y de simbologías), sea la razón que engendra la repugnancia de los egiptólogos.
Y así el libro sagrado continuó siendo mudo para la gente profana.


Los Misterios Iniciáticos
Enrique Durville

 
La Divinidad nos bendice siempre.
La Divinidad es en nosotros/as
Somos la Divinidad
Somos Uno 
 
Byron Picado Molina
SOCIEDAD BIOSÓFICA NICARAGUA (SBN)
Helena Petrowna Blavastky
"La Espiritualidad más expandida es el AMOR en VERDAD iluminado"
Estelí,Nicaragua.
América Central
 
UNIÓN HISPANOAMERICANA DE ESCRITORES 
(Red Nicaragüense de luz)
 
 
( Red Estelí Cultural) 



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